¡PEOR QUE LA DESOBEDIENCIA! Abril 16
Pero Jonás se disgustó en extremo, y se enojó. Así que oró a Jehová y le
dijo: «¡Ah, Jehová!, ¿no es esto lo que yo decía cuando aún estaba en mi
tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis, porque yo sabía que tú eres un
Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte y de gran misericordia, que te
arrepientes del mal. Ahora, pues, Jehová, te ruego que me quites la vida,
porque mejor me es la muerte que la vida». Jonás 4.1–3
Un santo, Henry Smith, observó en cierta ocasión: «¡El pecado justificado doble pecado es!»
¡Cuánta verdad hay en esta declaración! No cabe duda que la desobediencia es
detestable a nuestro Dios. A este pecado, sin embargo, se le agrega uno que es
aún más despreciable: nuestra incurable tendencia a justificar nuestro pecado,
ya sea delante de los hombres o delante del Señor mismo. ¿Ha notado cuántas
veces los relatos de desobediencia van acompañados de esta lamentable
tendencia? Adán, confrontado, dijo: «la mujer que me diste». Eva, confrontada,
dijo: «La serpiente me engañó». Aarón, confrontado por hacer el becerro de oro,
dijo: «¡Yo no hice nada, sino que tiré el oro al fuego y este becerro salió
solo». Saúl, confrontado por su desviación de la palabra, dijo: «No fui yo,
sino el pueblo que estaba conmigo».
¡Cuántas veces usted y yo hemos hecho lo mismo! Piense en
todas esas ocasiones que condenamos rotundamente en otros aquello que nosotros
mismos también hacemos. En nuestro caso, no obstante, siempre tenemos una
elaborada explicación para demostrar que, en realidad, nuestro pecado no es
pecado; mas el pecado del otro sí lo es.
A pesar de todo esto, nuestros argumentos no convencen a
Dios. El Señor no castigó a Adán por el pecado de Eva, ni a Eva por el pecado
de la serpiente, ni al pueblo por el pecado de Aarón, ni a los israelitas por
el pecado de Saúl. Cada uno recibió el justo y merecido pago por sus propios
pecados. Así también será en su vida y la mía. Ante su trono nuestros
argumentos serán como paja que se lleva el viento. «Porque es necesario que
todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno
reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea
malo» (2 Co 5.10).
Para pensar:
Existe un camino
más corto y sencillo para nuestras rebeliones. Es el de la humilde confesión
que viene de un corazón contrito y quebrantado. Tal es la confesión del gran
rey David, en el Salmo 51.3–4: «Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado
está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo
malo delante de tus ojos, para que seas reconocido justo en tu palabra, y
tenido por puro en tu juicio». Como líder usted tiene el desafío no solamente
de andar en sencillez de corazón, sino también de darle ejemplo de esto a su
pueblo. Qué su pueblo le pueda conocer como una persona que no tiene
permanentes justificativos para lo que claramente no es justificable. Elija el
camino de la confesión sin rodeos. ¡Le hará bien a usted, y también a los que
está formando!
Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica,
Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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