8 de Octubre
“Nunca más te llamarán Desamparada.” Isaías 62:4.
“Desamparada” es una palabra lúgubre. Suena como un tañido fúnebre. Es el registro de las aflicciones más agudas, y la profecía de los males más espantosos. Un abismo de miseria abre su boca en esa palabra “Desamparada.” ¡Abandonado por uno que comprometió su honor! ¡Abandonado por un amigo probado por largo tiempo y de confianza! ¡Abandonado por un pariente amado! ¡Abandonado por padre y madre! ¡Abandonado por todos! Esto es un verdadero dolor, y, sin embargo, puede ser soportado pacientemente si el Señor nos sostiene.
Pero, ¿qué se sentirá al verse abandonado por Dios? Piensen en el más amargo de los clamores: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” ¿Hemos probado alguna vez en algún grado el ajenjo y la hiel de “Desamparada” en ese sentido? Si así fuera, supliquemos al Señor para que nos salve de cualquier repetición de una aflicción tan indecible. ¡Oh, que esas tinieblas no vuelvan jamás! Los hombres maliciosamente le dijeron a un santo: “Dios lo ha desamparado; perseguidle y tomadle.” Pero siempre fue falso. El favor amante del Señor forzará a nuestros crueles enemigos a tragarse sus propias palabras, o, al menos, a reprimir sus lenguas.
Lo opuesto de todo esto es esa palabra superlativa Hefzi-bá: “Mi deleite está en ella.” Esto convierte en baile al llanto. Que aquellos que soñaron que habían sido abandonados oigan al Señor cuando dice: “No te desampararé, ni te dejaré.”
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