Es importante comprender que la paciencia no puede desarrollarse sin otros atributos de la vida cristiana.
Leer | Hebreos 6.9-15
18 de noviembre de 2014
Cuando usted se acerca a un ascensor y ve que el botón de arriba está encendido, ¿lo presiona? O cuando está en un supermercado, detenido en una fila que no se mueve, ¿cómo reacciona? Nuestra paciencia, o la falta de ella, se revelan en muchos aspectos de nuestra vida.
La paciencia no es un atributo natural con la que algunos nacen. Ni tampoco es una habilidad que podemos desarrollar, por nosotros mismos. Solo se adquiere con la ayuda del Espíritu Santo.
La naturaleza de la paciencia nos permite decir: Estoy dispuesto a dejar de lado la gratificación inmediata para esperar que Dios se encargue de mi necesidad. Entonces, somos capaces de experimentar una tranquilidad interior que solamente puede venir de Él. Esto no significa que dejaremos de sentir presión o estrés; a veces, la necesidad de esforzarnos insistentemente para lograr nuestros objetivos puede parecer abrumadora, pero el Señor puede calmar nuestro corazón.
Es importante comprender que la paciencia no puede desarrollarse sin otros atributos de la vida cristiana. Al pensar en la vida de David, podemos ver que esto es cierto. Mientras esperaba ser nombrado rey por designio divino, tuvo varias oportunidades para matar a Saúl, quien gobernaba en ese momento la nación. Pero, al negarse a tomar ventaja de la situación, David demostró el discernimiento, la sabiduría, el amor y la fe en el tiempo de Dios (1 S 24.10, 11; 26.10, 11).
La paciencia es una de las nueve cualidades mencionadas como fruto del Espíritu Santo (Ga 5.22, 23). Así que, para dar evidencias de esta importante virtud, debemos rendir nuestras vidas a Él.
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