No importa cuán grandes sean nuestros problemas, Dios es más grande.
Leer | 2 Crónicas 20.1-4
19 de junio de 2015
Todo el mundo enfrenta retos en la vida. Ya sea que nuestras luchas tengan que ver con dinero, trabajo, relaciones interpersonales o salud, podemos estar seguros de que nadie está exento de ellas. Por fortuna, servimos a un Dios que está interesado en nuestros problemas, y que es capaz de encargarse de ellos.
Cuando los problemas amenazan, la oración debe ser el primer paso. Josafat, el rey de Judá, enfrentó un reto enorme. Tres tribus diferentes —moabitas, amonitas y meunitas— le hicieron la guerra simultáneamente. La mayoría de los líderes se habrían derrumbado bajo una presión así, o al menos tomado medidas drásticas, pero Josafat era un líder sabio. Aunque tenía temor, no se lanzó contra sus enemigos. En vez de eso, “decidió consultar al SEÑOR” y proclamó un ayuno en todo el país (2 Cr 20.1-3 NVI).
Josafat sabía también que Dios, quien era más poderoso que cualquier problema terrenal, había hecho cosas milagrosas a favor de Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y David. Ese mismo Dios también lo ayudaría a él en su momento de necesidad. Nunca debemos subestimar el interés del Señor por nuestros asuntos. Él ayudó a nuestros antepasados bíblicos, y puede —y podrá— ayudar a sus hijos hoy.
Es fácil pensar que nuestros problemas no son importantes a los ojos de Dios, pero Él no lo ve así en absoluto. Lo que nos concierne a nosotros le concierne a Él. Si nosotros, al igual que Josafat, acudimos al Señor y proclamamos su poder, Él intervendrá. Y no importa cuán grandes sean nuestros problemas, Dios es más grande.
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