Así como al final aparece una pequeña planta, podemos confiar en que, con el tiempo, el resultado ordenado por el Señor se hará evidente.
Leer | Salmo 33.18-22
4 de agosto de 2015
Nuestra cultura no enseña la paciencia. Basta con ver la frustración de los conductores detrás de un auto que no comienza a avanzar al instante en que la luz del semáforo cambia a verde. Por un retraso de dos segundos, los ánimos se caldean y suena el claxon. Vivir en una cultura apresurada nos ha programado para esperar que todo se haga de inmediato, y eso incluye las respuestas a nuestras oraciones.
A veces, me he sentido impaciente y frustrado con el Señor cuando no ha actuado de acuerdo con mi plan. Incluso he intentado manipular las circunstancias para poder presentarle la solución, y pedir después su bendición. Pero lo que veo como una demora es el momento perfecto para Él. Un Dios omnisciente que creó al tiempo y lo gobierna, nunca puede estar retrasado.
Esperar en el Señor requiere fe. Solo porque no podemos ver lo que Él está haciendo, no significa que está inactivo. Nuestro Padre celestial trabaja fuera de nuestro mundo visible, arreglando y dirigiendo los acontecimientos para llevar a cabo su plan para nuestra vida. Su trabajo es como una semilla plantada profundamente en un jardín —no podemos ver el proceso bajo la tierra. Pero así como al final aparece una pequeña planta, podemos confiar en que, con el tiempo, el resultado ordenado por el Señor se hará evidente.
La solución a cualquier problema que usted esté enfrentando, está en las manos de Dios. Aférrese con firmeza a la verdad de que Él le ama, de que Él lo sabe todo, y de que su poder vence todos los obstáculos. Entonces podrá, confiadamente, andar por fe, no por vista, sabiendo que en sus planes, los buenos propósitos que Dios tiene se cumplirán. Con el tiempo, sus ojos verán la evidencia de su fidelidad.
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