Dios estableció límites de protección para sus hijos porque sabe los peligros que acarrea la desobediencia, tanto para el transgresor como para los que son afectados por el pecado. Su Palabra nos advierte que no debemos ceder al pecado, sino obedecer a Cristo con una vida de abnegación, que es la vía que conduce al gozo.
Sin embargo, el mundo dice que la satisfacción se encuentra en la adquisición de riquezas, poder y amigos. Satanás susurra la mentira de que la felicidad se logra cediendo a los deseos. Su propósito de apartarnos de Dios comenzó con la tentación de Adán y Eva, a quienes Dios había dado acceso a todos los árboles del huerto, menos a uno. El primer hombre y la primera mujer se salieron de los límites puestos por el Señor, comieron del árbol prohibido y se vieron separados de Dios. Satanás utilizó la duda (“¿Conque Dios os ha dicho?”), la mentira (“no moriréis”), y el autoengaño (“seréis como Dios”) para lograr su propósito (Gn 3.1-5). Hizo parecer muy atractiva la rebelión contra Dios, que es la raíz de todo pecado. Sus métodos siguen siendo los mismos hoy.
La única manera que tenemos para resistir el clamor del mundo, los susurros del enemigo y nuestros deseos egoístas es sumergirnos en la Palabra de Dios. Debemos centrar nuestra atención en conocer al Señor en su plenitud, creyendo sus promesas y obedeciendo sus mandamientos. Solo mediante una relación con Dios podremos dar la batalla contra el pecado y mantenernos firmes.
Permita que el Señor le hable hoy por medio de su Palabra. Él tiene mucho que decirle.
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