En cada conferencia sobre misiones, le digo a Dios lo mismo que he estado repitiendo desde que tenía veinte años: “Estoy a tu disposición, Señor. Iré a otras tierras si me lo pides”. Pero hasta que Él me diga que haga las maletas, seguiré apoyando a otros para que trabajen entre los no creyentes en los lugares más remotos.
El apóstol Pablo hace una serie de preguntas retóricas en Romanos 10, que puede resumirse así: ¿Cómo escuchará el mundo de Cristo si uno no hace nada? Dios nos usa para que difundamos el mensaje de que su plan de salvación está disponible para todos. Él nos puso en familias, comunidades y naciones para que nos mezclemos y compartamos lo que sabemos. Pero algunos creyentes son llamados a llevar el evangelio más lejos que otros. Quienes se quedan atrás deben orar por quienes viajan, y apoyarlos con sus recursos.
Si usted piensa, “mi corazón no está en el trabajo misionero”, sepa que cada creyente está llamado a hacer labor misionera, ya sea yendo o enviando. Ese llamado viene de una manera dramática a algunos; pero, para la mayoría de nosotros es simplemente un precepto bíblico que hay que obedecer (Mt 28.19). Lo que les falta, a quienes no tienen un “corazón” para esta labor, es pasión. Los cristianos que comparten, van y envían, son aquellos a quienes les entusiasma que el mensaje de Dios llegue a los no creyentes.
Le reto a preguntarle a Dios: “¿Estoy dispuesto a ir donde me envíes?” Nuestras raíces en una comunidad deben tener solo la profundidad que el Señor quiera que tengan. Si usted no tiene el llamado de ir, elija entonces ser alguien que envía a otros. Ore, ofrende y haga lo que sea necesario para poner a otros en el campo misionero.
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