Dios es amor. Su naturaleza es cuidar incondicionalmente de su creación. Lo cual significa que no importa lo que haga una persona —incluso si le rechaza— el Señor no dejará de amarla. Después de leer esa frase, muchas personas buscarán un montón de motivos para creer que ellas son la excepción. Así que, permítame dejar en claro que Dios nos ama a todos y lo único que nos impide experimentar ese amor es nuestra actitud. Se trata de si vamos a creer en nuestros sentimientos, o en la verdad de las Sagradas Escrituras.
Pablo señala que Dios está a favor del creyente (vea Ro 8.31). Dio a su Hijo Jesucristo para que muriera, y de esa manera pudiéramos ser purificados e iniciar una relación con Él. El sacrificio de Jesús es prueba del amor de Dios, pero hay muchas otras expresiones de su amor por nosotros. El Señor tiene un propósito y un plan para la vida de cada persona. Por medio de su control soberano, Él obra en cada situación —buena y mala— para nuestro beneficio (Ro 8.28). Es un Padre amoroso que no solo está interesado en lo que nos suceda, sino también está activamente involucrado en nuestra vida diaria.
Algunas personas leen y creen intelectualmente cada palabra de la Biblia, pero todavía no se sienten amadas porque se consideran indignas. Sus dudas actúan como un muro, evitando que el flujo del amor de Dios llegue a sus corazones. Esta barrera se mantendrá mientras la persona crea que debe ganarse el amor de Dios. Pero ningún pecador merece ser amado incondicionalmente. Y aunque Dios lo sabe, nos da su amor libremente. De nosotros depende aceptarlo o no.
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