El Señor da a cada persona una conciencia, la cual es como un sistema de radar destinado a enviar advertencias cuando ciertas conductas o decisiones pudieran ser perjudiciales. Esto hace posible que la persona pueda distinguir entre lo malo y lo bueno, especialmente en lo relacionado con su vida. Si ignoramos nuestra conciencia, lo hacemos a nuestro propio riesgo.
En el creyente, la conciencia es una herramienta del Espíritu Santo; Él la programa con los principios de la Palabra de Dios y la agudiza para que responda con rapidez. Aun así, el único propósito de este radar es enviar una señal. Lo que suceda después es cosa nuestra. O bien ignoramos la advertencia, o bien nos detenemos para escuchar lo que el Espíritu quiera decirnos sobre la situación que atravesamos. El Espíritu Santo revela la voluntad de Dios o nos recuerda sus principios para que podamos tomar una decisión acertada gracias a esta alarma en nuestra conciencia.
La carta de Pablo a Timoteo menciona a personas que habían rechazado la guía de Dios —no habían prestado atención a la alarma de su conciencia (1 Ti 1.19), y el resultado fue el naufragio de su fe. Cuando en el radar aparece algo que habla de desobediencia a Dios, tenemos que rechazar lo que pensamos hacer. Si no, este mecanismo de detección se deteriorará y no funcionará bien. Si seguimos ignorando la alarma, al final no sonará más.
Todos conocemos a personas que han “encallado” en la vida. El naufragio de la fe es inevitable cuando el cristiano ignora su conciencia y justifica o defiende su desobediencia. Es mucho mejor que usted se vuelva al gran capitán de su alma, Jesucristo. El Espíritu Santo le guiará bien.
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