Dios no miente. Lo que dice, lo hará, porque Él siempre lo lleva a cabo. Sus numerosas promesas están registradas en la Biblia, y Él cumple cada una de ellas.
Ayer me referí a la fidelidad que tuvo Dios conmigo al dirigirme a ser pastor y proveer una beca para ir a la universidad. Después de inscribirme, Él siguió proveyendo, quizás no tanto como yo quería, pero siempre lo suficiente. Recuerdo la vez que me arrodillé junto a mi cama en el dormitorio de la universidad. Le dije al Señor que me quedaba poco dinero y pedí su ayuda. Luego recibí una carta de un vecino, ¡con un cheque que cubriría todos mis gastos! Dios proveyó lo que yo necesitaba, tal como Él lo había prometido (Fil 4.19).
Más tarde, cuando estudiaba en el seminario, fui invitado a predicar en una iglesia local. Ese domingo, cuando terminó el servicio, los líderes de la congregación me pidieron que fuera su pastor, y me manifestaron su disposición de esperar un año hasta que me graduara. ¡Qué giro de acontecimientos tan interesante! Comencé a orar por eso, con la confianza de que Dios respondería, porque así lo había prometido (Sal 91.15). Acepté la oferta, bajo la guía del Espíritu.
La fidelidad de Dios ha continuado a lo largo de mi vida. Yo no podría haber imaginado al comienzo que habría de predicar por más de 50 años. Pero el Espíritu Santo siempre me ha acompañado, enseñándome lo que debo decir cada vez que preparo y predico un sermón (Jn 14.26). El Dios que nos guía es siempre fiel. Por eso, usted y yo podemos cumplir su plan, aunque eso nos sorprenda.
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