Cristo comenzó su ministerio público con el bautismo. En esos días, Juan el Bautista estaba llamando a la gente a confesar sus pecados y a demostrar su arrepentimiento mediante la inmersión en el río. ¿Por qué, entonces, el inmaculado Jesús pidió ser bautizado?
Al comienzo, Juan rehusó bautizar al Señor sabiendo que Cristo era “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1.29). Pero Jesús no estaba demostrando arrepentimiento, sino que se estaba identificando sacrificialmente con la humanidad pecaminosa.
Como cristianos, estamos llamados a seguir su ejemplo en todas las cosas. Es por eso que el bautismo es el primer paso como seguidores de Jesús. Así como Él estuvo dispuesto a identificarse con nosotros, nos identificamos públicamente con Él cuando somos bautizados y proclamando simbólicamente que: “He puesto mi fe en Jesucristo como mi Salvador y creo que la deuda por mi pecado fue pagada en su totalidad por su sacrificio. Creo que así como Él resucitó de entre los muertos, yo también seré resucitado por medio de Él. Caminaré en la voluntad de Dios mientras esté en este mundo y viviré con Él por toda la eternidad. Porque me amó lo suficiente como para identificarse conmigo en mi pecado, le demostraré mi amor a Él siguiendo su ejemplo ahora, y durante el resto de mis días”.
El bautismo demuestra nuestra conexión no solo con Cristo, sino también con nuestros hermanos espirituales —pasados, presentes y futuros. Nos unimos a todos los que caminaron antes de nosotros en la fe, proclamando que somos miembros de un mismo cuerpo, redimidos y resucitados por el Señor.
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