Una de las mayores luchas que enfrentan algunas personas es dudar que el Señor pueda amarlas. Pero la Biblia nos dice claramente que sí las ama. Lejos de decirlo simplemente con palabras, Dios también nos ha dado muchas pruebas de que es así. La creación misma es una expresión de su maravilloso cuidado por nosotros. Él creó esta Tierra como la habitación perfecta para la humanidad, y nos da las cosas que necesitamos para vivir. Pero la más alta expresión de su amor se manifiesta en su provisión para nuestra necesidad eterna. Envió a su Hijo para redimirnos del pecado, poder ser perdonados y reconciliados con Dios, y para luego vivir con Él para siempre en el cielo.
¿Por qué, entonces, con todas estas evidencias, seguimos dudando de su amor? Tal vez porque estamos viendo al amor desde nuestra limitada perspectiva: puesto que nosotros no podemos amar a otros incondicionalmente, dudamos de que el Señor pueda hacerlo. A fin de cuentas, el razonamiento humano considera lógico amar a quienes estén a la altura de nuestras normas, y mantenernos a distancia de quienes no lo estén.
O quizás nos sentimos indignos del amor de Dios. Bien, le tengo una noticia: nadie es digno. El amor de Dios no se basa en si lo merecemos o no, sino en la naturaleza de Dios (1 Jn 4.8).
El amor divino es una demostración del compromiso que Dios tiene de bendecirnos al máximo. Es como la marea del océano. Usted puede estar en la orilla y decir: “No creo en las olas”, pero eso no les impedirá tocarle. Asimismo, nada de lo que usted haga o sienta impedirá que Dios le ame.
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