Cuando nos enteramos de una necesidad, podemos sentir el deseo de dar, pero entonces nuestra cuenta bancaria nos convence que hacerlo no es posible. Aunque entendemos que la generosidad debe caracterizar a los creyentes, a veces parece que la única manera de ser generosos es siendo ricos.
Los cristianos de Macedonia demostraron que no es así. Pablo los utilizó como un modelo de generosidad, y eso motivó a los corintios a cumplir su promesa de dar para la iglesia en Jerusalén. Por el ejemplo de las iglesias de Macedonia en la lectura de hoy, vemos lo que caracteriza un espíritu generoso.
Una persona generosa es sensible a las necesidades de los demás. Aunque los creyentes de Macedonia tenían grandes pruebas de tribulación, eso no les impedía sentir compasión por las necesidades de sus hermanos en Cristo (2 Corintios 8.2).
Un espíritu generoso ve las necesidades como oportunidades. Lejos de tenerle miedo a las necesidades, ellos, en realidad, le rogaron a Pablo que les permitieran ayudar a los creyentes de Jerusalén (2 Corintios 8.4).
La liberalidad fluye de una vida rendida a Dios. Antes de dar, estos creyentes se dieron primeramente al Señor en obediencia a su voluntad (2 Corintios 8.5).
La generosidad no es una emoción sino una decisión. La iglesia en Corinto fue movida también a contribuir, pero descubrieron lo mismo que nosotros —que “querer” dar no es lo mismo que “cumplir” en hacerlo (2 Corintios 8.11).
Un espíritu generoso no tiene nada que ver con la cantidad de dinero que tengamos, sino de cuánto de nosotros tiene el Señor. Cuando estamos totalmente rendidos a Él, nos da la gracia que necesitamos para compartir lo que tenemos —ya sea tiempo, dones o dinero.
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