La enfermedad o las aflicciones nunca nos gustan. Después de todo, ¿qué cosa buena puede resultar de nuestros males? Dios nunca nos enfermaría por ningún motivo, ¿verdad?
Pues la respuesta, asombrosamente, es que sí. La aflicción es uno de los recursos más eficaces que Dios usa para captar nuestra atención. Si un período de enfermedad es lo que se necesita para que nos reenfoquemos en Él, entonces eso es exactamente lo que el Señor hará.
Pensemos en el apóstol Pablo. Cuando escuchamos su nombre, recordamos al misionero consagrado a Cristo que difundió el evangelio en el primer siglo. Pero este no fue siempre el caso. Lo primero que sabemos de él es que se llamaba Saulo, el enemigo más cruel de los cristianos en aquella época (Hch 9.1, 2) ¿Qué hizo Dios para captar la atención de Saulo?
El relato de Hechos dice que el Señor se le apareció en un brillante destello de luz, y que solamente Pablo pudo verlo. Tras mostrársele, Jesús dejó totalmente ciego a Saulo. Este enemigo de la iglesia fue humillado, y tuvo que depender de otros para llegar a la ciudad.
¿Qué pasó por la mente de Saulo en esos tres días de ceguera? No cabe duda de que sus pensamientos estaban llenos de una sola cosa: su encuentro con Cristo. Al ponerlo ciego, Dios eliminó todo lo que pudiera distraer la atención de este hombre en este tiempo crucial de su vida.
El propósito de Dios es nuestro bienestar, no nuestra felicidad a corto plazo; Él quiere lo mejor para nosotros a la luz de la eternidad. A veces, esto significa que Él permitirá que enfermemos. Si usted está pasando por esto, ore pidiendo sanidad, pero también por lo que Dios quiera decirle con su enfermedad.
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