El quebrantamiento duele, y la mayoría de nosotros preferiría vivir sin dolor. Pero en esos momentos, el Señor hace su obra más grande en nuestra vida, transformándonos y reorientándonos conforme a sus propósitos divinos.
Jesús explicó muy bien en el pasaje de hoy el principio del quebrantamiento, al comparar nuestra vida con un grano de trigo. Si mantenemos la semilla en la mano no pasará nada, y si la depositamos solícitamente en una jarra sobre una repisa se quedará allí por tiempo indefinido. Protegido de esa manera, el grano no servirá en realidad para nada.
Pero si ese grano se pone en la tierra en la que perderá su capa protectora, sucederá algo sorprendente. Poco tiempo después saldrá un pequeño brote de la tierra, que comenzará a desarrollarse en algo diferente, útil y hermoso. Además, ese nuevo tallo producirá más granos que podrán ser plantados, y los nuevos tallos harán lo mismo. Es un maravilloso ciclo de vida en el que un solo grano puede producir innumerables tallos de trigo. Pero todo tiene que comenzar con el quebrantamiento de un grano.
Jesús no solamente habló de este ejemplo, sino que lo vivió. Al dar su vida en sacrificio, fue quebrantado y puesto en la tierra. A partir de ese quebrantamiento surgió nueva vida para nosotros. De ese “grano” han surgido innumerables nuevos creyentes, cada uno de ellos con una nueva vida.
¿Se siente usted quebrantado hoy? Si es así, recuerde el principio del grano que muere. Dios no le ha abandonado, sino que puede estar conduciéndole a una coyuntura en la que experimentará un nuevo nacimiento.
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