Rebelarse contra el Señor resulta caro. La ley divina de las consecuencias es que cosechamos lo que sembramos, más de lo que sembramos, después de sembrarlo. Y este principio es inmutable, ya sea que usted crea o no en Dios.
Una opinión común en nuestra sociedad moderna es que los reglamentos impiden que las personas se diviertan. Esa no es, desde luego, la intención del Señor. En realidad, Él nos ofrece la verdadera libertad por medio de una relación con Él. Nuestro amoroso Padre celestial desea mantener a sus hijos creciendo en su fe, y a salvo de las tentaciones del diablo y de las influencias mundanas. Y lo hace limitando nuestras acciones y ordenándonos que obedezcamos ciertas leyes y principios que Él ha dispuesto para nuestro bien. No hay mayor placer o fuente de felicidad que servir a Dios.
La rebeldía, en cambio, es una forma de esclavitud. Al desafiar la autoridad del Señor en algún aspecto de nuestra vida, estamos permitiendo que el enemigo nos encadene. Es posible que al comienzo no sintamos la presión de su trampa, pero tenga en cuenta la ley divina de las consecuencias. Al final, nos sentiremos agobiados por nuestro pecado. Ya sea que el castigo termine siendo recibido en el cuerpo, la mente, el corazón o el espíritu, dejaremos de servir totalmente al Señor (Mt 6.24).
Dios toma muy en serio la desobediencia, pues ella tiene graves consecuencias. Como Soberano del universo y nuestro amoroso Padre celestial, Él tiene en mente solo lo mejor para nosotros. Por eso, rebelarse contra el Señor es una insensatez. Las personas sabías viven de acuerdo con la Palabra de Dios y, por tanto, la obedecen (Sal 119.9).
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