El libro de los Jueces habla de un hombre llamado Sansón, que era tan fuerte que podía matar a un león con sus manos (Jueces 14.5, 6). Tenía una fuerza física como ningún otro ser humano. Pero esto no pudo compensar su debilidad interior.
Todos tenemos puntos débiles. Dios quiere que estos defectos del carácter nos muestren lo dependientes que somos de Él. Cuando los manejamos bien, nos llevan a tener una relación más profunda con el Señor, pero cuando no, hacen estragos en nuestra vida.
La debilidad de Sansón era su incontrolable sensualidad. Aunque había sido criado en un hogar consagrado al Señor y tenía un claro llamamiento, cedió a sus deseos y violó la verdad que conocía muy bien. A pesar de que las leyes nazareas prohibían las relaciones con mujeres extranjeras, Sansón se fue tras una ramera de Gaza (Jueces 16.1). Después, conoció a una mujer llamada Dalila, y aunque la motivación de ésta era claramente desleal, él se entregó de corazón, mente y espíritu a la indulgencia sexual. Fue tal su esclavitud al pecado que al final permitió que ella le dictara sus acciones, aun a costa de su propia vida.
Antes de morir, Sansón lo perdió todo: sus fuerzas, su vista y su dignidad. El hombre que una vez lideró poderosamente a su nación, se convirtió en un esclavo de sus enemigos (Jueces 16.18-25).
¿Cuál es su debilidad? ¿Es la sensualidad, la inseguridad, el temor, la codicia, el chisme, o el orgullo? Los defectos de personalidad pueden servir para bien o para mal, dependiendo de nuestra reacción. La propensión al pecado puede arruinar su vida —como pasó con Sansón— o llevarle a una total dependencia de Dios. El resultado dependerá de usted.
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