A las personas les gustan las historias inspiradoras. Las biografías de los derrotados que aprovecharon bien una segunda oportunidad tienden a convertirse en grandes éxitos. Pero, pocas personas tienen una vida tan dramática; la mayoría somos personas comunes y corrientes. Lamentablemente, algunos cristianos piensan que ser una persona común hace que su testimonio sea trivial y menos valioso. Nada podría estar más lejos de la verdad. Lo que el Señor ha hecho por cualquiera de nosotros es tan fabuloso como lo que hizo por el traficante de drogas, el homicida o la prostituta que han sido redimidos.
El testimonio personal es una manera de expresar lo que el Señor ha hecho y está haciendo en la vida de uno. Es un poderoso instrumento para que otros se interesen en los asuntos espirituales. No importa lo trivial que puedan sonar, el Señor se encargará de que sean de bendición para los oyentes que las necesitan.
Déjeme darle un ejemplo. Supongamos que una niña, Isabela, recibe la salvación a los seis años de edad. Cuando ella tenga 18, podrá hablar a sus amigos de la grandeza de Dios. Podrá decir que Dios hace claro el evangelio a un niño, y que le sigue revelando algo nuevo a ella cada día. Cuando Isabela tenga 80 años, habrá tenido toda una vida de oportunidades de servicio que contar. Tal vez su testimonio no sea tan emocionante, pero es oro espiritual.
Usted no tiene idea de lo valioso que puede ser su testimonio “ordinario”. Dios dice que sus palabras no volverán a Él sin hacer la obra para la cual las envió (Is 55.11). Cuando los cristianos comparten su fe, están llevando el evangelio a un mundo necesitado.
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