Lucas 22:31-34, 54-62
Todos transitamos por el valle del fracaso. La pregunta es: ¿Cómo responderemos? Muchas personas se rinden y cambian una vida de servicio en el reino de Dios por una vida de derrota. Pero el fracaso no tiene por qué ser el final. Es una oportunidad de comenzar una nueva vida en el poder de Cristo.
A Pedro le cambió la vida un fracaso. Jesús le advirtió que Satanás le había pedido permiso para “zarandear” al discípulo como al trigo (Lc 22.31); para separar el grano de la paja hay que sacudirlo fuerte. El enemigo quería sacudir la fe de Pedro con la esperanza de que se desprendiera de Jesús, como la paja.
Pedro creía fervientemente la promesa que había hecho a Jesús. “Aunque todos te abandonen, yo no” (Mr 14.29 NVI). Pero Satanás sabe unas cuantas cosas sobre el poder del temor. Es más, sabía que el discípulo quedaría herido por su deslealtad. Un hombre con su orgullo destrozado no puede evitar dudar de su utilidad.
Cuando Satanás nos zarandea, tiene como objetivo causar daño a nuestra fe para volvernos inútiles para el Señor. Quiere que nos aislemos de la acción en favor del reino de Dios. Por tanto, ataca nuestros puntos fuertes, las áreas donde nos creemos invencibles, o al menos muy bien protegidos. Y cuando el diablo tiene éxito, nos sentimos decepcionados y desmoralizados. Pero no tenemos que quedarnos así.
Pedro renunció a su orgullo y se vistió con el poder del Espíritu Santo. A partir de entonces, se arriesgó a la humillación, a la persecución y a la muerte por proclamar el evangelio. El fracaso fue el catalizador que dio lugar a una fe más grande y a un verdadero y humilde servicio.
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