Efesios 4.30-32
En una vida recta no hay lugar para el enojo constante, ya sea en forma de rabia o de resentimiento. La furia que nos endurece el corazón se convierte en un bastión para Satanás.
El método carnal para “curar” el enojo es, o bien darle rienda suelta (con la rabia), o bien suprimirlo (con el resentimiento). Ninguna de las dos opciones resuelve el problema o hace que la persona airada se sienta mejor. La manera en que Dios se ocupa de este peligroso sentimiento elimina el enojo, y hace libre al creyente. Como nos recuerda el pasaje de hoy, debemos dejar “toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia” (Efesios 4.31). Pero, para ello, es necesario que reconozcamos que existen en nuestra vida. Ya sea que estemos molestos con nosotros mismos, con otra persona, o con Dios, tenemos que aceptar la responsabilidad por ese sentimiento. Simular que no existe, o que de alguna manera uno nunca se aíra, no sirve de nada. Si siente algún enojo, reconózcalo y después identifique su origen.
He aquí preguntas que le ayudarán a identificar el origen de su enojo:
¿Por qué estoy enojado?
¿Contra quién está dirigido mi enojo?
¿Qué me hizo sentir de esta manera?
¿Dónde o cuándo comenzó mi enojo?
¿He tenido este enojo durante mucho tiempo?
Una vez que conozcamos la fuente de nuestro enojo, es tiempo de perdonar. La furia y la falta de perdón van a menudo de la mano, y son un pesado fardo que le debilitarán. Dejar el enojo significa caminar con paso ligero dentro de la voluntad de Dios.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.