Mateo 6.9-15
Perdonar a quienes nos han herido es una de las tareas más difíciles. El tener simplemente el deseo de obedecer a Dios, o de decir las palabras correctas, no cumple necesariamente la tarea. Los recuerdos y el dolor pueden permanecer en la mente, haciéndonos sentir que somos víctimas de una injusticia y despertando ira en nosotros.
Aunque tenemos la responsabilidad de tomar la iniciativa después de haber sido heridos, perdonar es un proceso. Hay que empezar de inmediato para evitar que se desarrolle una raíz de amargura. Pero recuerde que cuanto más profunda sea la herida, más tiempo necesitará para poder perdonar. Nunca se desanime, porque el Señor estará con usted en cada paso del camino.
Arrepentirse ante Dios es el inicio del proceso. Venga ante Él, confesando cualquier resentimiento y reconociéndolo como pecado. Al poner su ira y su dolor delante del Señor, permita que Él comience a sanar su corazón herido.
A veces, el proceso puede también implicar ir a la persona que le ofendió, y confesarle su actitud pecaminosa hacia ella. Este es un momento, no para acusar o detallar las faltas de la otra persona, sino simplemente para reconocer las suyas. Aunque la falta cometida contra usted puede parecer mayor que su actitud de no perdonar a la otra persona, evite la tentación de “jerarquizar” las faltas. Deje el juicio a Dios.
El perdón da libertad de la turbación que acompaña el resentimiento. Al ocuparse del proceso, usted comenzará a ver con ojos de compasión a la persona que le hirió. Al final, podrá dar gracias a Dios por la oportunidad de aprender a perdonar y de vivir en su gracia abundante.
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