Romanos 6.12-14
A los ojos de Dios, cualquiera que peca es rebelde, y Romanos 3.23 nos dice que todos somos pecadores. Ahora bien, es comprensible que un incrédulo decida actuar sin tener en cuenta la enseñanza bíblica. Pero, ¿qué de los que hemos dedicado nuestra vida a obedecer a Cristo? ¿Qué nos hace apartarnos de la voluntad de nuestro Padre celestial?
Hay dos tendencias humanas muy fuertes que llevan a la desobediencia: la duda y el orgullo. Ambas pueden ser peligrosamente engañosas.
La duda es la lucha mental sobre si creer o no las promesas de Dios. Desde nuestra limitada perspectiva, no entendemos cómo trabaja el Señor. A veces, su manera de actuar no parece ser el camino correcto; por eso, para obedecer debemos actuar por fe. Podemos sentir como si nos estuviéramos lanzando desde un precipicio, confiando en la cuerda invisible de Dios que nos sostiene.
El orgullo es el pecado que llevó a Satanás a caer del cielo, y es un obstáculo engañoso para el cristiano, también. Todo lo que hagamos motivados por el orgullo es rebeldía contra Dios. Sea cuál sea la causa, el pecado lleva a la muerte. El camino de Dios es la única vía que conduce a la satisfacción, la paz y la vida.
El enemigo quiere atraernos con la duda y el orgullo: creemos que ambos están bien y los justificamos desde nuestra perspectiva. Pero debemos seguir las sabias palabras de Josué: “Escogeos hoy a quién sirváis … pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos 24.15).
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