Mateo 20.25-28
Según la manera de pensar del mundo, los hombres importantes son lo que tienen autoridad, prominencia y poder. Sin embargo, aunque Jesucristo tenía todo eso, lo dejó para convertirse en siervo (Is 42.1; Fil 2.7).
El Señor Jesús se entregó por completo para cumplir el plan de redención de su Padre, a pesar de que los beneficiarios, es decir, nosotros, no éramos dignos. Dios es santo y justo, y no puede estar en presencia del pecado. Por tanto, tiene que separarse de quienes están manchados por este. Lo cual incluye a toda la humanidad (Ro 3.23).
Todos nacemos cautivos de los deseos de la carne (Ro 6.16-18). Cuando alguien dice que está viviendo de acuerdo con “sus propias reglas”, en realidad está al servicio de lo que le apetece a su naturaleza humana. El castigo por ese falso sentido de libertad es la condenación (Ro 6.23).
El acto supremo de servicio del Señor Jesús fue dar su vida en rescate por muchos (Mt 20.28). La palabra rescate se refiere al precio pagado para liberar a alguien —Cristo compró voluntariamente nuestra libertad. Había solo una manera de que Dios pudiera quitar nuestra culpa y permanecer fiel a su propia ley: que alguien sin pecado pagara nuestra deuda de pecado.
El sacrificio de Jesús nos salvó de la condena que merecíamos. En cambio, recibimos el regalo de la gracia, y hemos sido declarados inocentes. Además, pasamos de ser esclavos, ¡a ser hijos del Todopoderoso! Jesús cumplió el propósito del Padre con fidelidad. Renunció a su derecho para llevar el peso de nuestra iniquidad. El Salvador no se reservó nada para sí y, por tanto, estableció un poderoso ejemplo de servicio que debemos imitar.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.