Todos tenemos expectativas, deseos y esperanzas, pero nuestro plan no es siempre lo mejor que Dios tiene para nosotros. Y lo que vemos que otros están experimentando puede no ser lo que Él tenga reservado para nosotros. Si usted se compara con los demás, ¡tenga cuidado! Los celos están acechando cerca.
Pensemos en Saúl, por ejemplo. Fue elegido por el Señor para ser el primer rey de Israel, y recibió éxito y poder. Sin embargo, cuando escuchó que las mujeres alababan a David por su gran victoria sobre Goliat, sintió envidia, y los celos se apoderaron de él. Empezó a temer que perdería el reino, y al final sus sentimientos lo llevaron a la pérdida de relaciones, posición y poder.
Este puede parecer un ejemplo extremo. Sin embargo, si nos examinamos sinceramente, es posible que encontremos que hay envidia escondida en alguna parte de nuestro corazón. Haga esta sencilla prueba. Pregúntese: ¿Hay alguien cuyo éxito material, físico o social me hace sentir disgusto, malestar o ansiedad?
Muy a menudo, la inseguridad, el egoísmo o el orgullo están detrás de una actitud de celos. De hecho, los tres son evidentes en la vida de Saúl. Tenía miedo de ser superado; no quería compartir la gloria con David y le resultaba insultante que un simple joven pastor de ovejas hiciera mejor papel que un rey.
El engaño de la envidia es que nunca podemos ver todo el panorama en la vida de alguien. Solo Dios ve lo que hay más allá de lo exterior. Por eso, nuestros ojos deben centrarse solo en nuestro andar con el Señor. Así como Él nos creó a todos diferentes, su plan para la vida de cada persona es único.
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