En las películas de aventuras, a menudo vemos personas atrapadas e impotentes, buscando frenéticamente una manera de escapar. Podemos, a veces, sentir que la vida real es así, y cuando comenzamos a buscar una salida, nuestras oraciones se llenan de ruegos de auxilio —por salud física, cambio de circunstancias, ayuda para cubrir nuestras necesidades.
¿Ha pensado usted alguna vez que más importante que el socorro físico es la liberación espiritual? (Vea Ef 6.12). Ante todo, Jesucristo le ha liberado del poder y del castigo del pecado. Como su Salvador, Él conoce su impotencia continua frente a hábitos pecaminosos, emociones descontroladas y malos pensamientos. Él quiere liberarle de esos pecados. Por tanto, procure su promesa de socorro espiritual cada día, ya sea que una crisis física amenace o no su vida.
Siga el ejemplo del salmista, quien clamó a Dios por liberación. El Salmo 50.15 dice: “Invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás”. Comience por reconocer delante de Dios su impotencia. Confiese cualquier temor, incredulidad o autosuficiencia que pueda detectar en su vida. Renuncie a todos sus intentos por cambiar que dejen de lado al Padre celestial. Vuelva a Él su mirada. Piense en su relación con Él, en quién es y en lo que desea. Deje que el Espíritu Santo llene su espíritu con la verdad de la Palabra de Dios. Medite en ella. Comprométase a seguir la voluntad del Señor. Confíe en Él, y espere el cambio que hará en su vida. Llegará el día cuando el sentimiento de impotencia se marchará al ser reemplazado por el gozo de ser libre. Cuando eso suceda, dele la gloria a Dios.
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