¿Alguna vez ha pensado en el hecho de que pagamos un precio cuando permitimos que nuestra vida de oración se debilite? Cuando hay un descuido así, usualmente no nos detenemos a pensar en cómo nos afectará.
Si no somos capaces de hacer de la oración una prioridad —esencialmente, si renunciamos a nuestro tiempo a solas con el Padre— comenzaremos a sentir un vacío acompañado por una sensación de inquietud y desasosiego. En cambio, cuando tenemos una vida de oración activa, el peso de las cargas es quitado de nuestros hombros por la poderosa mano de Dios.
Con esto en mente, ¿por qué decide alguien dejar de orar? La triste verdad es que muchos de nosotros nos hemos acostumbrado tanto al agotamiento y a los problemas, que nos sentimos perdidos o incómodo sin ellos. Ahora bien, si seguimos alimentando este estilo de vida, comenzaremos a confiar en nosotros y no en el Señor, haciéndonos vulnerables y arriesgándonos al desastre.
Para evitar estas dificultades, la solución evidente es dar una gran prioridad a nuestra comunión y comunicación con el Señor. Después de todo, tenemos que estar en contacto con nuestro Padre celestial para escuchar su voz y entender y obedecer su voluntad para nuestra vida.
Si ha permitido un distanciamiento entre usted y Dios, confiéselo a Él hoy. Primera de Juan 1.9 promete: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos”. Si usted renueva su vida de oración —la parte más importante de su andar cristiano— volverá a ser capaz de experimentar otra vez lo mejor que Dios tiene para usted.
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