Esperar en Dios es una disciplina espiritual importante en nuestro caminar de fe. La vida del rey David nos enseña el valor de obedecer el plan del Señor y el peligro de adelantarnos a Él.
Cuando David era un joven pastor de ovejas, el profeta Samuel lo ungió como el futuro rey de Israel. Sin embargo, no se convirtió en tal gobernante durante muchos años. Esperar que el Señor lo pusiera en el trono se hacía más difícil, porque el rey en ejercicio, Saúl, se volvió en contra de él, y en varias ocasiones trató de asesinarlo. A pesar de la oportunidad que tuvo de tomar el asunto en sus propias manos y matar a su enemigo, David se contuvo. Tampoco permitió que nadie atacara a Saúl (1 S 24.1-7). Esperó en Dios, y fue muy bendecido por su obediencia.
El rey David supo también lo que era seguir adelante sin el Señor. Un año decidió no unirse a las tropas en batalla, aunque ese era uno de sus deberes (2 S 11.1). Durante el tiempo que se quedó en casa, se fijó en Betsabé, la esposa de Urías, y la codició. Actuando de conformidad con sus deseos, engendró un hijo con ella y luego trató de ocultar su pecado. ¡Vaya el desastre que hizo de su vida! En vez de obedecer el plan del Señor y ser bendecido, experimentó el castigo divino y mucho dolor.
Como creyentes, queremos obedecer al Señor, pero puede haber situaciones en las que un deseo nos impulse a avanzar sin esperar la dirección de Dios. Al igual que David, experimentaremos las bendiciones de la obediencia, o el dolor de la desobediencia.
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