Por su gracia, Dios da salvación a quienes ponen su fe en Jesús. No podemos ganarnos este regalo, ni tampoco lo merecemos. Pero nuestro Padre celestial sí ve nuestras buenas obras, y promete recompensarnos según lo que hayamos hecho para Él.
El servicio tiene lugar cuando dejamos que el Señor obre por medio de nosotros, para su honra y gloria; cuando los recursos divinos satisfacen las necesidades humanas mediante nosotros.
Apocalipsis 22.12 nos estimula: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”. Ya sea grande o pequeño, todo servicio hecho en el nombre de Jesús será recompensado. Pero debemos asegurarnos de que nuestras acciones sean para la gloria de Cristo. Si la motivación es nuestra propia gloria, la única recompensa que recibiremos será la alabanza (si acaso) de quienes nos rodean. Y sabemos que la aprobación de los hombres no satisface ni es duradera.
Si bien algunas recompensas serán dadas en el cielo, otras pueden recibirse ahora mismo. Por ejemplo, el gozo que sentimos al permitir que Dios bendiga a otros por medio de nosotros, y al agradar a Cristo. Además, hay un profundo sentido de satisfacción cuando llevamos a una persona a Jesús y la enseñamos a andar por fe.
Servir a los demás es una gran bendición y una responsabilidad. Debemos considerar sinceramente cuál es nuestra motivación para estar seguros de que nuestro propósito sea glorificar a Cristo. Solo así recibiremos las recompensas que nos serán dadas, no solo en la eternidad, sino también en la Tierra.
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