No solo a los niños les gusta ser recompensados. Nuestro Creador sabe que a los adultos también les motivan los incentivos. Es por eso que encontramos promesas en su Palabra para quienes andan en sus caminos.
Algunos de estos beneficios están al alcance en este mundo, como lo son el sentimiento de realización, el gozo y el favor de otros, mientras que otras bendiciones se concederán en el cielo. Como creyentes, no debemos temer al juicio final (Ro 8.1); estamos vestidos con salvación por la sangre de Jesús, y no enfrentaremos la ira divina.
Pero el Señor determinará el valor de nuestras obras y las recompensas que merecemos. Para ayudarnos a entender esto, la Biblia habla de cuatro coronas. La primera, llamada corona de la vida es dada a los creyentes que se mantienen firmes, soportando las pruebas sin renunciar ni desanimarse (Stg 1.12). La segunda, la corona incorruptible es dada a aquellos cuyo deseo es andar en obediencia delante de Dios (1 Co 9.24-27). En medio de luchas e incluso de fracasos, siguen muriendo a la carne y obedeciendo al Espíritu. La tercera, la corona de justicia, se da a quienes anhelan la venida de Cristo y viven consagrados a Él (2 Ti 4.6-8). La cuarta, la corona de gloria, la dará Dios a quienes llevan su Palabra a otros (1 P 5.2-4). Y, como nos dice la Biblia, quedaremos maravillados por la gloria de Jesús, y tendremos la honra de depositar nuestras coronas a sus pies.
La recompensa suprema será proclamar la gloria de Dios por toda la eternidad. Tendremos el máximo gozo en su presencia, pero podemos ocuparnos hoy mismo de servir a Dios con obediencia y humildad.
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