El libro de los Hechos es un registro asombroso de cómo Dios actuaba en y por medio de la iglesia primitiva; una de las actividades más importantes de la iglesia era la oración. Mientras Jesús estuvo con sus discípulos, poco se habla de la vida de oración que tenían, pues ellos podían hablar directamente con Él. Pero después de la ascensión de Cristo, comenzaron a reunirse de inmediato y “perseveraban unánimes en oración” (Hch 1.14).
Hablar con Dios era el medio que tenían los creyentes para prepararse para el trabajo que Él tenía para ellos. Cristo les había dicho que el Padre les daría el Espíritu Santo a quienes se lo pidieran (Lc 11.13). Luego, después de su resurrección, les ordenó que permanecieran en Jerusalén hasta que fueran “investidos de poder desde lo alto” (Lc 24.49). Sin el Espíritu, no estarían preparados para la Gran Comisión, a pesar de que habían pasado tiempo con Jesús. Y si ellos necesitaban el poder del Espíritu, nosotros también.
En la medida que estemos dispuestos a reconocer nuestra absoluta incapacidad para realizar la obra de Dios, el Espíritu Santo nos dará poder al orar. Pues, cuando estamos dedicados a la oración, el Señor comienza a trabajar en nuestro corazón, preparándonos para el servicio. Nos da la confianza del Espíritu para anunciar la Palabra (Hch 4.31), y la valentía para enfrentar cualquier persecución (Hch 4.29).
Dios desea que comprendamos la importancia de la oración, y que nos demos cuenta de que la única manera de cumplir su llamado es mediante el poder de Él. La iglesia no prospera por medio de programas, seminarios y conferencias, sino mediante las humildes oraciones de los hijos de Dios.
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