Según el aspecto exterior, deducimos que algunas personas son felices. Sonrisas, maquillaje y ropa elegante pueden crear una impresión de paz interior. Sin embargo, muchas personas están en cautiverio internamente.
En el pasaje de hoy, Jesús aclara que ha venido a liberar a los que están esclavizados. Cristo se refería a dos tipos de ataduras que pueden encarcelar nuestra alma.
Primero, Jesús rompe las cadenas del pecado. Todas las personas han quebrantado la ley de Dios, y la consecuencia es vivir separadas de Él (Ro 3.23). Pero la muerte y Resurrección de Cristo nos liberan cuando aceptamos su regalo del perdón y depositamos nuestra confianza en Él. Entonces, podemos tener una relación con el Señor.
Segundo, Dios nos libera de pecados persistentes como celos, amargura y glotonería. Su Espíritu vive en cada creyente, y nos da el poder para sobreponernos a las malas decisiones que parecen haberse adueñado de nosotros. Nos capacita para hacer lo que Él desea, trayendo sanidad inmediata o dando dirección y fuerzas en la batalla constante.
El Creador de la humanidad nos hizo con un vacío en nuestro corazón para que Jesús lo llene. Todo lo que ponemos allí, aunque parezcan cosas y decisiones buenas en el momento, al final nos dejará insatisfechos. Permaneceremos en cautiverio hasta que Dios nos liberte y nos de satisfacción verdadera.
¿Es usted una de esas personas que aparenta estar feliz, pero que está vacía por dentro? Cristo es el único que puede redimirle, perdonar sus pecados y llenar el vacío que hay en su alma. Deje que Él le haga libre hoy.
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