Cuando Jesús nació, los israelitas estaban siendo oprimidos. Esperaban al Mesías prometido, que les traería victoria y libertad.
Pero, en vez de derrocar a los romanos, Jesús les habló de respetar la autoridad y mostrar amor a los enemigos. En lugar de lograr la victoria para los judíos solamente, Él trajo bendición incluso a los despreciados gentiles (Jn 4.4-30, Lc 7.6-10). El pueblo esperaba que Jesús se impusiera a la nación dominante por medio de una batalla, pero Él permitió que quienes tenían la autoridad lo crucificaran.
Por eso, por creer que Jesús no era el Salvador prometido que liberaría al pueblo escogido de Dios, los judíos lo rechazaron. No entendieron que lo que más le interesaba a Cristo era la libertad de nuestros corazones. Vino para liberarnos de la esclavitud del pecado, aunque no siempre nos libera de nuestras circunstancias actuales.
Una carta que recibí ilustra esto muy bien. Después de quince años de prisión por hechos delictivos y su relación con las drogas, esa persona me decía que el mundo lo había abandonado. Se sentía desesperado, hasta que fue salvo y comenzó a seguir a Cristo. Ahora, la amargura y la ira se han ido, y está lleno de paz y alegría. Ha sido liberado. Todavía enfrenta tentaciones y aún está en la cárcel, pero ha experimentado la libertad verdadera.
Cristo vino por nosotros; murió para pagar por nuestro pecado. ¿Ha aceptado usted ya la salvación de Cristo? Caminar con Cristo es caminar en libertad; por tanto, apóyese en el poder de Él, y elija el buen camino.
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