Dios se ha revelado a la humanidad, y ha dado todo lo necesario para tener una relación con Él. Sin embargo, muchos rechazan tontamente su ofrecimiento.
Al elegir vivir sin Dios, la persona cae en una espiral descendente de pecado, y de una percepción errada de la verdad que es evidente por todas partes. Cuando la ignorancia vence la capacidad del entendimiento inteligente, se tiene un corazón cada vez más oscurecido. La persona ansía tener algo que llene su vacío, pero no es capaz de reconocer que solo el Señor puede satisfacer su anhelo.
Deseando llenar su vacío espiritual, la persona buscará un ídolo al cual adorar. No será una estatua de madera o de oro, sino algo sobre lo cual centrará sus afectos. “Ídolos” son las cosas que ocupan el fervor, el tiempo y la energía de la persona; en el mundo de hoy toman a menudo la forma de dinero, prestigio y relaciones. El “adorador” comienza a abandonarse a los placeres y deseos terrenales. Pero nada puede satisfacer el vacío. Al final, como muestra claramente Romanos 1.28, el Señor lo entregará a una mente reprobada, una mente incapaz de discernir el bien.
Recordemos que el Padre celestial desea relacionarse con nosotros. Hasta dio a su Hijo para hacer esto posible. Es el hombre quien lo rechaza, y comienza así el camino hacia la incredulidad y la soledad.
Mire a su alrededor; observe la abundante evidencia que apunta hacia un Dios santo y amoroso que desea ser nuestro amigo. No rehúse su invitación; las consecuencias del rechazo son demasiado peligrosas, pero los beneficios de aceptarlo no son comparables con nada que usted pueda imaginar (Ef 3.20)
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