Nadie puede poner en duda que el apóstol Pablo desempeñó un papel fundamental en el establecimiento de la iglesia primitiva. Generalmente, pensamos en él como el hombre que llevó el evangelio a los confines del mundo conocido de esa época. Pero Pablo nunca trabajó solo. A lo largo del libro de los Hechos y de las epístolas, tenemos vistazos de personas que acompañaron a Pablo en el ministerio.
En la lectura de hoy, encontramos un pequeño equipo misionero —incluyendo a Lucas, el autor de Hechos— que acompañó a Pablo mientras viajaba por Macedonia. Aunque sabemos poco o nada acerca de la mayoría de ellos, cada una de esas personas jugó un papel importante en la formación de la iglesia. Desde la perspectiva de Dios, no hay personas ni ministerios insignificantes en la iglesia de Jesucristo.
En 1 Corintios 12, Pablo compara la iglesia con un cuerpo, cuya salud depende del buen funcionamiento de todas sus diversas partes. El Espíritu Santo da a cada creyente una capacidad especial para el servicio en la iglesia. Aunque personas como Pablo, que tienen un papel más visible, pueden parecer más necesarias, en realidad todo creyente es esencial. Los servicios prestados por las personas menos visibles nunca son olvidados por el Señor.
Para Dios, la cuestión no es quiénes ven nuestro servicio o saben lo que hemos hecho; Él está interesado en nuestra obediencia, actitud y motivación para servirle. No quiere que nos regodeemos en la autocompasión o en la baja autoestima si nuestro trabajo no es notado ni apreciado. En vez de esto, debemos aspirar a glorificar al Señor y ser fieles en todo lo que hagamos, sabiendo que Él promete recompensar nuestro servicio y obediencia.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.