Colosenses 3.5-10
El pecado no puede dominar a los creyentes que se entregan a la misericordia del Señor; el Padre celestial es fiel para restaurar la comunión con sus amados hijos. Él lo hace derribando los muros creados por la desobediencia.
No obstante, nuestra tarea es confesar la atadura específica que nos tiene atrapados, ya que no reconocerla bloquea la sanidad y la libertad que Dios ofrece. Cualquiera que sea la naturaleza de nuestro pecado, la raíz del problema es espiritual; no se trata de una debilidad o un problema social. El tratamiento para hacernos libres de nuestro malestar emocional, mental o físico no será efectivo hasta que reconozcamos el aspecto espiritual.
Aunque el pecado es de naturaleza espiritual, las razones detrás de la conducta pecaminosa son, por lo general, emocionales. Las emociones encerradas en lo profundo del creyente —como la inseguridad, el sentimiento de incompetencia, o la baja autoestima— le llevan a buscar maneras de satisfacer o escapar de tales sentimientos. El resultado es, a menudo, una forma de conducta nociva. Por ejemplo, hubo un tiempo en que me sobrecargué de trabajo. Por el sentimiento de que no era competente, me estaba forzando a tener éxito en “la obra de Dios”. Esto resultó ser las responsabilidades que Él me había dado, más cualquier otra cosa que pensaba que necesitaba hacer para Él. Descubrí que la libertad de la esclavitud es una opción.
Como dice Pablo, los seguidores de Jesús deben dejar a un lado el pecado. Para mí, eso significó deshacerme de mis esfuerzos por tener éxito, y tomar un largo descanso. Por medio del Espíritu Santo, renunciamos voluntariamente a nuestras cadenas para ganar la libertad en Cristo.
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