EN GUARDIA CONTRA LO OCULTO Marzo
11
¿Quién puede discernir sus propios errores?Líbrame de los
que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias, que no se
enseñoreen de mí. Entonces seré íntegro y estaré libre de gran rebelión. Salmo 19.12–13
La pregunta que el salmista hace aquí es lo que se
describe como una pregunta retórica. Este tipo de preguntas no requieren de
respuesta porque ya está implícita en la misma pregunta. En este caso, la
respuesta es: ¡nadie! No existe una sola persona que pueda discernir sus
propios errores.
A pesar de esto, la mayoría de nosotros nos mostramos
bastante confiados a la hora de defender nuestra falta de culpa. El salmista, a
diferencia de nosotros, entendía un principio fundamental para la vida
espiritual, y es que ningún ser humano posee claridad acerca del estado de su
propia vida. Esta misma verdad fue reiterada por Jeremías, cuando afirmó que el
corazón del hombre es más engañoso que todas las cosas, y sin remedio (17.9).
Por más que nos propongamos mirar y examinar con cuidado nuestra vida, no
podremos discernir nuestros propios errores, porque la esencia misma del pecado
reside en el engaño. Lo que está oculto no puede ser tratado y posee toda la
capacidad de descarrilarnos en nuestro andar. Por esta razón el salmista
exclamó: «Líbrame de los que me son ocultos».
No es coincidencia, tampoco, que haya reparado en la
soberbia cuando pensaba en pecados ocultos. De todos los pecados, el más
difícil de detectar es el del orgullo. Como ha observado un sabio comentarista,
«¡nadie está tan cerca de caer como aquel
que esta confiado de estar bien parado!» Todos poseemos gran capacidad de
ver el pecado del orgullo en nuestro prójimo, pero carecemos notablemente de
discernimiento a la hora de examinar nuestra propia vida con respecto a este
tema.
El salmista sabía que la soberbia no confesada se
convierte en un amo implacable que domina la vida de la persona y lo lleva
hacia la perdición. Esa persona ya no tendrá control sobre su vida, sino que su
amo, la soberbia, se convertirá en la fuerza que dicta la manera de proceder en
cada situación. Nadie le podrá señalar nada. Nadie lo podrá corregir. Nadie se
le podrá acercar, porque la soberbia no se lo permitirá, no sea que descubra su
propia maldad y se arrepienta.
Un líder soberbio es una persona que traerá mucho
sufrimiento y dolor a la congregación que ministra. Por esta razón, es bueno
que recordemos que nuestra propia opinión de la pureza espiritual muchas veces
tiene poco que ver con nuestra verdadera situación. El líder sabio sabrá que
hay realidades en su vida que no puede ver, que tienen toda la capacidad de
neutralizarlo. No se confiará de la propia evaluación de su corazón. Buscará
que el Señor lo examine, para traer a la luz aquello que está oculto y lograr así
la verdadera integridad. Tampoco tendrá miedo de abrirse a que otros lo
examinen, pues la misma capacidad que él posee de ver el pecado en otros es la
que otros poseen hacia su persona.
Para pensar:
San Agustín escribió: «Cuando el hombre descubre su pecado,
Dios lo cubre. Cuando el hombre tapa su pecado, Dios lo destapa. Cuando el
hombre confiesa su pecado, Dios lo perdona».
Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica,
Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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