El Espíritu Santo mora en el creyente desde el momento de la salvación; lo cual significa que su poder es asequible a partir de ese momento (Ef 1.13). Dios creó una manera sencilla para que tengamos acceso a ese poder cada día.
Primero, debemos aceptar que nuestra naturaleza pecaminosa nos impide hacer la voluntad de Dios. No importa qué tan capaces seamos, nuestras fuerzas y sabiduría no son suficientes. A veces, los cristianos se sienten orgullosos por el bien que han hecho o por el número de años que han sido salvos. Imagínese cuánto más pudiéramos servir al Señor si humildemente dejáramos que Dios obrara por medio de nosotros.
Segundo, debemos rendir toda nuestra vida a la guía y gobierno del Espíritu Santo. Es decir, conducir nuestro andar espiritual —y también nuestra profesión, finanzas, familia y relaciones— como Dios quiere. El Espíritu Santo de Dios no liberará su poder sobrenatural en una vida que sigue en rebeldía.
Tercero, debemos tener fe, lo que significa demostrar convicción y confianza en el Señor. La fe es lo que libera el poder del Espíritu. Es como decir: “Creo que tienes un plan, Señor, así que voy a tener fe en que me darás lo que necesito para hacer tu voluntad”. Entonces, Él moverá cielo y tierra para satisfacer su necesidad, cualquiera que sea.
Pero no es suficiente memorizar y revisar los pasos. Hay que hacer de estos principios un estilo de vida. Acostúmbrese a pensar: “Yo no puedo, pero Dios sí; me someteré a su voluntad, porque sus planes son para mi bien y para su gloria”. Esa es la clase de vida que rebosa con el poder del Espíritu Santo.