En el momento que ponemos nuestra fe en Cristo como Salvador personal nos convertimos en nuevas criaturas. Este es un acto de amor del Padre celestial; nos da una vida nueva y nos adopta en su familia. Él tiene, también, un plan hecho a la medida de cada creyente para que cada uno realice un trabajo específico.
Una vez que somos salvos, el resto de nuestros días son para cumplir los propósitos de Dios para nuestra vida. Estamos llamados a ser discípulos de Jesús, actuando en su nombre y trabajando celosamente para Dios, como lo hizo el Salvador. El mundo tiene hambre de las buenas nuevas que nosotros debemos darle.
La redención es un regalo de Dios (Ef 2. 8, 9). La salvación es por gracia, no por gracia más obras. Pero una vez que somos salvos, Dios quiere que hagamos buenas obras; y el Espíritu Santo lleva a cabo los planes de Jesús por medio de sus seguidores.
Dios se ha comprometido a guiar y equipar a los creyentes. No importa lo que el Señor nos llame a hacer, Él nos dará las capacidades y los recursos necesarios. Su Espíritu Santo nos enseñará todo lo que necesitemos saber. El Señor espera que nuestro servicio a Él sea lo prioritario, y que usemos nuestro tiempo, capacidades y recursos para Él. La edad no nos descalifica para su servicio, y nunca hay un tiempo para la jubilación espiritual.
Mientras estemos viviendo en este mundo, nuestro estilo de vida debe ser de servicio fiel y entusiasta a la causa de Cristo. Permita que el trabajo que hace para Dios sea una genuina obra de amor.