Todos luchamos cuando hay una discrepancia entre lo que nuestra mente sabe que es verdad, y lo que sentimos. Un aspecto con el cual algunos cristianos batallan es el de las finanzas personales. Si sabemos lo que dice la Biblia en cuanto al dinero, ¿optamos por la verdad o dejamos que nuestros sentimientos dicten nuestras acciones? Los creyentes encontramos muy fácil dar a Dios un centavo de diez, o un dólar de diez, pero cuando los números son más grandes, por ejemplo, cien de mil, o mil de diez mil, a menudo nos resistimos. Pero no podemos esperar que el Señor bendiga nuestras finanzas si no estamos apoyando su obra.
La Biblia habla de dar el diezmo, que es la décima parte de nuestras entradas, o el diez por ciento de todo lo que producimos, según Deuteronomio 14.22. También hay que notar que debemos dar a Dios la primera parte de nuestros ingresos, no lo que nos quede al final del mes.
El diezmo de Dios va a su alfolí, que es la iglesia. Desde allí, lo ofrendado puede ser canalizado para la obra del Señor en el mundo. Imagínese cuántos excelentes ministerios y cuántos programas de evangelización cesarían si el dinero se agotara. Llevar el evangelio no es solo una responsabilidad espiritual, sino también financiera.
Cuando nos negamos a dar la parte que nos corresponde, bloqueamos el flujo de la bendición de Dios en nuestra vida. Muchas veces decidimos dar menos del diezmo, porque no confiamos en su provisión. Nuestro Padre celestial nos ha prometido protección y abundancia si obedecemos sus mandamientos. Entréguele al Señor lo que es de Él, y vea después las maravillosas bendiciones que le dará.
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