Cuando nos desviemos de la senda, Él nos tomará con fuerza, y nos traerá de regreso al buen camino.
Leer | Hebreos 12.4-11
20 de noviembre de 2014
¿Alguna vez ha visto a un padre o una madre agarrar firmemente a un niño travieso para llevarlo a donde tiene que estar? A veces, nuestro Padre celestial tiene que ser fuerte con nosotros para dirigirnos. Aun como creyentes, somos un pueblo rebelde inclinado a descarriarse. Por eso cuando nos alejamos, Dios nos ayuda a volver al buen camino.
La mano del Padre celestial está siempre sobre sus hijos. Y cuando caemos en pecado, Él aprieta con fuerza. A esa presión la llamamos convicción de pecado. Al recordarnos: “Este pensamiento, o esta acción o actitud, no corresponde con quién eres en Cristo”, el Espíritu Santo nos advierte del pecado. La convicción de pecado tiene el propósito de ayudarnos a ver la condición de nuestra relación con Dios.
A veces, el Señor utiliza la disciplina para hacernos volver hacia el camino que abandonamos. La disciplina puede ser dolorosa y costosa, sobre todo cuando hemos resistido la presión de la convicción. Sin embargo, como cualquier padre sabio le diría, las consecuencias de la conducta necia, enseñan a un niño lecciones valiosas en cuanto a cómo mantenerse dentro de los límites de lo correcto.
Si el Señor nos abandonara a nuestra suerte, nos destruiríamos a nosotros mismos yendo tras placeres fugaces y deseos egoístas. Dios tiene un mejor viaje en mente para nuestra vida: el viaje hacia la libertad perfecta en Cristo, guiándonos con su tierna mano. Cuando nos desviemos de la senda, Él nos tomará con fuerza, y nos traerá de regreso al buen camino.
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