Todos preferiríamos madurar en la fe sin cometer errores, pero no podemos negar que los deslices son instructivos.
Leer | Lucas 22.31-34
23 de abril de 2015
Pedro fue un hombre de gran fe y de acciones valerosas. Pero como sabemos, su manera de ser a veces lo llevó a cometer errores humillantes. Más de una ocasión, este discípulo fue etiquetado como “triste fracasado” en vez de como “siervo obediente”.
Todos podemos identificarnos con él en lo que se refiere a no estar a la altura de las expectativas. La obediencia a Dios es un proceso —algo que aprendemos. Y el fracaso es parte de nuestro desarrollo como siervos humildes. Cuando cedemos a la tentación o nos rebelamos contra la autoridad de Dios, nos damos cuenta de que el pecado tiene pocas recompensas.
El fracaso es una excelente herramienta de enseñanza, como podría atestiguar Pedro. Por medio de ensayo y error, descubrió que uno nunca debe apartar los ojos de Jesús (Mt 14.30); que el plan de Dios siempre debe tener prioridad sobre el del hombre (16.21-23; Jn 18.10, 11); y que a los creyentes se les exige humildad (13.5-14). Pedro tomó con mucha seriedad cada una de esas lecciones, y de esa manera se fortaleció su fe. Dios utilizó los fracasos de Pedro como un material de capacitación, porque el discípulo estaba dispuesto a madurar y servir.
Dios no recompensa la rebeldía ni la transgresión. Sin embargo, por su gracia, Él bendice a quienes resuelven arrepentirse y aceptar el castigo para crecer.
Todos preferiríamos madurar en la fe sin cometer errores, pero no podemos negar que los deslices son instructivos. El fracaso nos enseña que es mucho más sabio ser obedientes al Señor. Esa es una lección que todos debemos tomar muy en serio.
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