El pecado es un problema de todos.
Leer | Romanos 14.7-9
21 de abril de 2015
¿Alguna vez ha estado usted cerca de personas que se niegan a aceptar ayuda? Tal vez las ha escuchado decir rotundamente: “¡No necesito la ayuda ni la caridad de nadie!” Hasta cierto punto respetamos a personas así por su disposición de valerse por sí mismas. Sin embargo, cuando esta conducta es extrema, puede dar lugar a serios problemas espirituales.
En su mirada alegórica de la eternidad, C. S. Lewis describe en su libro El gran divorcio a una persona que lo único que quiere es “sus derechos”. Es decir, quiere solamente lo que merece —ni más ni menos.
A primera vista, esto parece ser un acto de humildad. Sin embargo, tal actitud es muchas veces el fruto de falsa humildad, y realmente es motivada por el orgullo. Si estamos decididos a resolver los problemas por nosotros mismos, rechazando todos los ofrecimientos de ayuda, entonces fracasamos miserablemente cuando tratamos de no pecar.
El pecado es un problema de todos. La Biblia deja claro que no hay forma de evadirlo: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro 3.23). Siendo así, ¿cuál es el precio que hay que pagar por pecar? Romanos 6.23 revela que “la paga del pecado es muerte”.
Si nosotros, al igual que el orgulloso hombre del libro de Lewis, aceptamos solamente “nuestros derechos”, entonces el pecado y la muerte reinarán en nuestras vidas. Podemos vencer la carga del pecado solamente cuando renunciamos a nuestro orgullo y aceptamos humildemente lo que no merecíamos —el amoroso sacrificio del Señor Jesucristo a favor nuestro.
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