Recuerdo la ocasión en la que observé a una madre que manejaba con perfecto control a varios niños pequeños. Era un espectáculo asombroso. En medio de un torbellino de actividad, esta experimentada mujer atendía intuitivamente las necesidades de sus hijos. Les servía comida, evitaba que derramaran las cosas, les limpiaba la nariz, les ataba los cordones de los zapatos y repartía abrazos —¡y todo lo hacía al mismo tiempo! Es evidente que un padre conoce las necesidades de su familia, incluso cuando los niños no pueden expresarlas.
A veces, es difícil vernos como niños. Al observar a pequeños corriendo por todas partes, necesitando siempre algo de nosotros, nos cuesta creer que nos parezcamos a ellos y actuemos de la misma manera en cuerpos de adultos. Afortunadamente, también tenemos un Padre que conoce nuestras necesidades. No obstante, con frecuencia actuamos como si tuviéramos que explicar cada detalle de nuestros problemas al Señor para que Él pudiera atenderlos.
¿No es extraño? Si usted preguntara a la mayoría de cristianos si creen que Dios es omnisciente, responderían: “¡Desde luego!” Sin embargo, si pudiera escucharles cuando oran, probablemente descubriría que, muchas veces, hacen oraciones largas y complicadas explicando a Dios la razón por la cual necesitan ayuda.
Dios quiere, efectivamente, que usted hable con Él de lo que haya en su corazón. Pero, al mismo tiempo, recuerde que nuestro Padre sabe de qué cosas tenemos necesidad, antes de que le pidamos (cp. Mt 6.8). Por lo tanto, no consuma tiempo de su oración explicando detalles innecesarios. Más bien, pídale a Dios que le hable. Recuerde que Él tiene todas las respuestas.
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