El derecho a entrar al paraíso
Si ponemos nuestra fe en el Señor Jesús como Salvador, el castigo que merecemos por nuestro pecado es pagado.
Leer | Apocalipsis 21.22—22.7
9 de diciembre de 2014
La muerte es inevitable. El ladrón en la cruz sabía cuándo ocurriría la suya, pero la mayoría de nosotros no podemos predecir la nuestra. Después de su muerte, el criminal crucificado fue a vivir en el paraíso con el Señor. De la misma manera, habrá quienes vivirán eternamente en la presencia de Dios, y quienes sufrirán el tormento eterno, separados de Él por toda la eternidad.
Si ponemos nuestra fe en el Señor Jesús como Salvador, el castigo que merecemos por nuestro pecado es pagado, somos adoptados en la familia de Dios, y el cielo es nuestro hogar eterno. Pero si rechazamos al Señor Jesús, nos mantenemos alejados de Dios y bajo condenación por nuestro pecado, destinados a enfrentar la condenación eterna. Dios no prestará oídos a ninguna excusa, porque no hay ninguna defensa aceptable por la incredulidad (Hch 4.12).
Únase a la familia de Dios, hoy mismo. Reconozca su pecaminosidad y declare su fe orando de la siguiente manera: “Señor, he pecado contra ti; he seguido mi propia voluntad, y he rehusado darte el derecho de gobernar mi vida (Ro 3.10-12, 23). Reconozco que estoy separado de ti, y que no puedo salvarme a mí mismo. Creo que Jesucristo es tu Hijo. Acepto que su muerte en la cruz pagó toda mi deuda de pecado, y te pido que me perdones (1 Co 15. 3, 4; 1 Jn 1.9). Por fe, recibo al Señor Jesús como mi Salvador personal en este momento”. Si usted hizo esta oración a Dios, entonces, al igual que el ladrón en la cruz, ha recibido la salvación, un regalo de la gracia de Dios.
¡Gracias al Señor Jesús, el derecho a entrar en el paraíso le pertenece ahora!
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