La paz de Cristo
Nuestra primera reacción en situaciones preocupantes, debe ser leer y meditar en las Sagradas Escrituras.
Leer | Juan 14.25-28; 16.1-7
24 de diciembre de 2014
¿Ha pensado usted alguna vez en la sociedad en la que nació el Salvador? Cantamos “Noche de paz, Noche de amor”, pero la paz y la serenidad caracterizaron poco al tiempo en que el Señor Jesús vivió. En los dos años siguientes a su nacimiento, Herodes se sintió muy amenazado por la noticia de la llegada del rey judío. Su reacción fue ordenar la matanza de todos los niños de Belén, de dos o menos años de edad. Pero Dios protegió a Jesús advirtiendo a José que llevara a su familia a Egipto (Mt 2.13-16).
Las violentas y peligrosas condiciones del imperio Romano no mejoraron con el tiempo. La pobreza y la esclavitud eran comunes, y las crucifixiones públicas infundían temor. En los últimos días antes de morir en la cruz, Jesús le prometió a sus discípulos darles su paz, y les dijo que no tuvieran temor (Jn 14.27); pero también les dijo que los dejaría (v. 28), y que serían odiados, expulsados de las sinagogas e incluso asesinados (15.18; 16.2).
Por estos versículos, es evidente que la paz de Cristo no es un producto de las circunstancias tranquilas. Lo cual es una buena noticia, porque no importa cuán caótica pueda ser nuestra vida, podemos tener serenidad por medio del Espíritu Santo que vive dentro de cada creyente.
Es por eso que nuestra primera reacción en situaciones preocupantes, debe ser leer y meditar en las Sagradas Escrituras. Luego, al obedecer los mandamientos de Cristo, su vida fluye a través de nosotros como la savia de la vid a una rama (Jn 15.1-5, 10). Jesús describió esto como una relación permanente. Y dondequiera que more el Espíritu de Cristo, allí también estará su paz.
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