Si Dios es todopoderoso, ¿por qué vemos tan pocas sanidades milagrosas? Hay muchas razones para esto. A veces, porque no le pedimos. En otras ocasiones, podemos pedir, pero con la motivación incorrecta o con falta de fe. Sin embargo, también existe la razón que no nos gusta escuchar: que Él decide no sanarnos.
Desconfíe de la teología que promete sanidad a cualquiera que la pida. Esto no es bíblico. El problema no es la incapacidad; Dios puede curar a cualquier persona. Y tenga cuidado si alguien afirma que la enfermedad persistente es el resultado del pecado. Puede que esto sea cierto, pero a menudo nuestro Padre celestial, por su gran amor y su sabiduría insondable, permite que nuestra enfermedad se mantenga.
Pensemos en Pablo; le rogó al Señor tres veces que le quitara su aguijón (2 Co 12.7, 8), pero Dios no se lo quitó. Podemos aprender de la respuesta del apóstol: no cuestionó la autoridad de Dios ni se quejó. Más bien, al reconocer que el poder de Dios se mostraría en su debilidad, Pablo confió en Dios.
Nosotros, también, podemos creer que Dios hará que todas las cosas obren para el bien en la vida de sus hijos (Ro 8.28). De hecho, el crecimiento del carácter se produce usualmente en tiempos de sufrimiento, pérdidas o dolor. Aunque la adversidad no es cómoda, podemos sentir esperanza y gozo en lo que nuestro Padre está haciendo por medio de los momentos dolorosos.
En definitiva, Dios trae gloria a sí mismo y bien a sus hijos. Como sucede con la plata y el oro, las impurezas son quitadas de nuestros corazones en el horno de fuego de las luchas de la vida. Por tanto, confíe en el plan de Dios, y descanse en su amor.
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