Si usted no se ocupa de sus debilidades, ellas le destruirán. Las vulnerabilidades pueden acercarle más a Dios o volverle ciego a su amor. José y Sansón enfrentaron tentaciones semejantes, pero reaccionaron de maneras muy diferentes. Día tras día, la esposa de Potifar trató de seducir a José, pero él rechazó sus proposiciones (Gn 39.7-9). Sansón, en cambio, cedió voluntariamente ante Dalila (Jue 16.15, 16).
Sansón fue consagrado a Dios, y el Espíritu Santo se movía en su vida (Jue 13.24, 25). No obstante, eligió la senda de la intemperancia. Por ser demasiado orgulloso para reconocer su debilidad, vivió negándose a ver la realidad, lo que lo llevó a una falta de disciplina y dejó la puerta abierta a Satanás. Debido a que justificó su debilidad, ésta creció y pronto comenzó a dominar su vida. Al escuchar las mentiras del diablo y a gente impía, cambió la bendición de Dios y su fuerza sobrenatural por el placer sexual irresponsable. Al final, ¿qué obtuvo? Absolutamente nada.
Si se le da la más mínima oportunidad, el pecado se infiltrará en su vida y lo afectará todo, incluso su fe, su trabajo y sus relaciones. Tal vez usted esté pensando que no tiene ninguna debilidad con el potencial de destruir su vida; eso es porque Satanás ya le ha cegado a la realidad espiritual que le rodea.
Usted tiene la opción de hacer frente a la tentación como lo hizo José, o como Sansón. En momentos de debilidad, ¿depende de Dios, le obedece y le pide fuerzas para vencer? ¿O inventa excusas y se aparta de su dirección? ¡Qué diferente habría sido la vida de Sansón si hubiera elegido una respuesta mejor
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