Usted pensaría que una peligrosa tormenta en el mar, y unos pocos días en el vientre de una ballena harían reflexionar seriamente a una persona. Pero, si ese hombre es Jonás, estaría equivocado. Los últimos párrafos de su libro muestran a un profeta vengativo cuyo cuerpo había obedecido al Señor, pero cuyo corazón seguía todavía huyendo.
Jonás pagó un precio monetario por haber huido de Dios: su costoso boleto a Tarsis (Jon 1.3), además de las consecuencias físicas que sufrió. Sin embargo, una vez que esos hechos quedaron en el pasado, Jonás siguió confrontando el costo espiritual de su huida. No tenía paz ni gozo, sino una amargura tan grande que le rogó a Dios que le diera alivio enviándole la muerte.
Como creyentes, no podemos desobedecer al Señor y no pagar un precio. Nuestra vida espiritual se debilita. Las destrezas y las habilidades que Dios nos ha concedido se atrofian por la falta de uso, mientras perdemos el tiempo huyendo. Y también nos arriesgamos a tener pérdidas en otros aspectos a medida que aumentan las consecuencias de nuestras acciones. La familia, las finanzas, la salud y otras cosas más pueden verse afectadas por el pecado.
Usted quizás tenga algún hábito o plan que sabe que desafía la voluntad de Dios. ¿Ha considerado el precio? Aunque Satanás pueda decirle lo contrario, el pecado acarrea consecuencias. Dios no podría seguir siendo santo y justo si permitiera que las personas pecaran sin ser castigadas. El costo de seguir nuestra propia voluntad es alto. Solo vea la desdicha de Jonás por las decisiones que tomó. La recompensa por obedecer a Dios es mucho más grata.
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