El Antiguo Testamento contiene el relato sobre la vida de Abraham. Aunque el patriarca tuvo una relación especial con Dios, su fe no era perfecta, pero a lo largo de su vida llegó a entender lo importante que es obedecer, y lo costosa que puede ser la rebeldía.
Abraham aprendió que manipular las circunstancias para tener el resultado deseado causa problemas. El Señor les había prometido un hijo a él y a Sara, pero la pareja seguía esperando esa bendición cuando eran ya ancianos. Sara, que ya tenía más de 80 años, le sugirió a Abraham que tuviera al heredero con su sierva Agar. El resultado fue: celos, discordia familiar y una feroz enemistad que persiste hasta hoy entre los descendientes de Ismael, el hijo de Agar, y de Isaac, el hijo de Sara.
La obediencia nos dará lo mejor del Señor, pero es necesario esperar en Él. Abraham era ya anciano cuando Dios le prometió una descendencia tan numerosa como el número de las estrellas (Gn 15.5). Pero esto no habría de cumplirse hasta que él tuviera 100 años y Sara fuera incapaz de concebir, lo que significaba que toda la gloria de la concepción milagrosa de Isaac le pertenecería al Señor. Adelantarse a los planes de Dios tuvo consecuencias terribles a largo plazo, pero la buena noticia es que los errores de la pareja no le impidieron a Dios llevar a cabo su plan (Gn 21.1-7).
El Señor nos ha dado su Palabra para que aprendamos de los creyentes del pasado. La lección de la vida de Abraham es que la obediencia es esencial. Cuando depositamos nuestra confianza en el Dios soberano y esperamos por su tiempo perfecto, Él siempre nos mostrará su fidelidad.
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