El Señor se comunica de muchas maneras diferentes, y cuando habla debemos siempre escuchar activamente.
Leer | Hechos 17.10-12
11 de julio de 2015
Para que el Espíritu Santo pueda hacer su obra, debemos realmente hacer el esfuerzo de escuchar a Dios cuando habla. Es posible, por ejemplo, “oír” cada palabra de un sermón, pero en verdad no escuchar ni una sola palabra del mismo. ¡Lamentablemente, hay algunos asistentes ausentes como éstos cada semana en las iglesias! Sus cuerpos pueden estar en el asiento, pero sus mentes obviamente están en otra parte. En realidad, hay dos clases de oyentes en prácticamente cada iglesia del mundo: los pasivos y los activos.
El oyente pasivo es alguien que está presente en los servicios pero deja que su mente divague. Observa a las personas; nota cómo se visten y actúan; se relaciona y hace planes para salir a almorzar con ellas. No va a la iglesia para escuchar al Señor, sino por costumbre, o simplemente para sentirse mejor en cuanto a sí mismo.
Pero el oyente activo entra a la iglesia con una gran expectativa por lo que el Señor va a decirle. Tiene una Biblia, y toma nota del mensaje para captar la sustancia del mismo. Escribe todo lo que puede, tratando de no perder ni un solo punto de la predicación, y durante todo el mensaje se pregunta: ¿Cómo se aplica esto a mi vida?
El Señor se comunica de muchas maneras diferentes, y cuando habla debemos siempre escuchar activamente. Si usted se da cuenta de que su mente está divagando durante el servicio, es porque quizás se ha acercado al Señor de una manera pasiva. Pídale a Dios que concentre sus pensamientos, y decídase a ser un oyente activo de ahora en adelante.
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